-¿Le has dicho alguna vez que le quieres? -me cortaste.
- No -te contesté entre perpleja y sorprendida. Nunca me habías interrumpido. No al menos con algo que requería de tu madurez y capacidad de escucha.
- Pues hazlo -sentenciaste.
- ¿Por qué? -la intriga que habías despertado al interrumpirme no paraba de crecer, siendo tu actitud tan misteriosa. Siempre eras sincero, directo y al grano. ¿Por qué ahora un cambio tan repentino?
Perdida en mis pensamientos como estaba, cavilando sobre tu cambio de actitud, al levantar la mirada me topé con algo que no esperaba. Tus ojos se habían dulcificado, una sonrisa iluminaba tu cara y por dentro sentí una corriente, esa conexión que nos unía, prueba de la amistad que tenemos desde que nos sentamos por primera vez juntos en clase: lunes, martes, miércoles... toda la semana juntos, compartiendo, viviendo.
Sin previo aviso, me abrazas. Con fuerza; y mientras lo haces comienzas a susurrarme, me dices que me relaje, que libere la tensión de mis músculos, de mi espalda. Y mi mente, y más aún mi cuerpo te responden: se relajan, desconectan. Ya no hay defensas. No hacen falta, no contigo.
Te separas de mí aunque sólo un poco, mientras sellas el movimiento cogiéndome las manos. Me miras a los ojos con intensidad, de nuevo esa corriente, transmitiéndome confianza. Y comienzas a hablar.
-Pequeña, no te lo he dicho hasta ahora pero creo que debes saberlo -aguardas un instante antes de continuar-. No me hace falta que me digas que nunca habías sentido algo así, que es el chico que ha entrado en ti, el único que te ha rozado por dentro, el que tiene consigo parte de ti: lo veo en tu mirada, en el fondo de tu alma. Las pocas veces que hablas de él, tus ojos se llenan de una vastedad de sentimiento que me sobrecoge -te sonrío inconscientemente y me devuelves la sonrisa-.
- Continúa -te animo.
- Te conozco desde hace tiempo y sé que siempre has amado con mucha intensidad, a veces demasiada, que entregas y te entregas íntegra, que eres extremadamente leal y que das un cariño que no es nada frecuente -ni para la edad que tienes ni para los tiempos que corren, en los que predominan las relaciones de alquiler-. Sé también que has tenido miedo, que muchas veces el dolor infligido ha pensado por ti. Aún así, me consta que has sabido tomar las decisiones adecuadas y actuar cuando debías, evitando así los arrepentimientos.
>>Cuando llegas a este punto, la emoción que lleva un rato hirviendo en mi interior llega a su punto de ebullición. Me emociono, las lágrimas resbalan por mis mejillas, pero no hay dolor. Ni una gota. Es conmoción, el mero hecho de que me estés diciendo todo esto... Sólo tú, junto con él, podrías haberme dicho algo así, algo que me llegara tanto. Sacudo la cabeza mientras las lágrimas continúan cayendo... Pero sigo sin estar preparada para lo que me vas a decir.
Tomas mi cara entre tus manos y me obligas a mirarte, tus ojos un par de agujeros negros donde orbita la inmensa fuerza de tu interior, tus ganas de verme feliz. Trato de resistirme pero eres más fuerte que yo. Y con una mirada incendiaria, me terminas de conmocionar:
- Como causa de tanto dolor, de todas las lágrimas que estoy seguro has derramado en nombre del amor, tu propio interior se ha vuelto receloso, desconfiado. Pero no tienes razón. Ya no la hay. ¿Me oyes?
Me deshago de la prisión de tus manos y retiro la mirada de la tuya, que quema como un hierro al rojo vivo. Tienes tanta razón...la barrera de mi corazón se resquebraja, comienza a tambalearse. Aguanto. Pero no dejas que me salga con la mía. "Si te pones cabezota, tranquila, que yo lo seré más" -me dijiste hace tiempo. Pero, ¿con qué propósito? ¿Por qué lo hacías...justo ahora?
Con intensidad, casi con violencia, agarras mi cabeza y tus labios en mi oído...
- Corre, vete y dile a tu ojos azules que lo quieres. Sé feliz
No hay comentarios:
Publicar un comentario